sábado, julio 02, 2011

LAS REDES INTERNÁUTICAS ACABARÁN POR CREAR UNA CONCIENCIA UNIVERSAL


Si medimos cien cerebros, el volumen medio masculino es mayor, pero el corpus callosum entre los dos hemisferios es más grande en las mujeres. Los hombres explican hechos y las mujeres refuerzan lazos y musculan emociones. Usted tiene más testosterona y profundidad en la visión; yo mejor percepción cromática (usted caza y yo recolecto); los videojuegos los compran niños: riesgo, competición, un objetivo, son como la caza; en cambio, la niña usa tres veces más vocabulario, construye afectos. Pero no hay nada que una persona no pueda cambiar usando su propia mente.

Quién es mejor, Mozart o Shakespeare? El talento no se puede medir cuantitativamente. Por eso es una idiotez jerarquizar a Charles Darwin, Albert Einstein o Sigmund Freud por su cantidad de talento. Lo que les hace genios no es su cantidad de genio, sino que el suyo era único e irrepetible. ¿Por qué nos empeñamos entonces en medir el talento de nuestros estudiantes?

La gran enseñanza de la escuela debería ser que el esfuerzo no requiere gratificaciones, se premia a sí mismo. Eso es algo que aprendes, nunca te lo enseñan. Hay que incentivar pues la diversidad de talentos, el genio individual de cada uno.

No hay estudiantes mediocres, sino personas que aún no han encontrado su talento. Hay que ayudar a descubrirlo. Si al niño que fracasa en la escuela se le demuestra que no nació más tonto sino que saca peores notas porque estudia menos, mejorará su rendimiento. Ser consciente de que tu cerebro es el fruto de tus actos te hace poderoso y vulnerable al tiempo.

Nacemos con todas las puertas abiertas y las vamos cerrando a medida que escogemos caminos. Hasta los 10 años eres ciudadano del mundo, puedes nacer ruso y después transformarte en catalán o chino. Vas especializando tu cerebro en una cultura y por eso entonces aprendes otro idioma sin acento. Tras los 10 años, puedes reconstruir tu identidad, pero te quedará el acento.

Al ejercer la voluntad nos convertimos en lo que cada uno es. Sólo los humanos tenemos esa capacidad de ser diversos, de adaptarnos. La inteligencia es capacidad de adaptación y ser inteligente consiste en no cerrarte a otras experiencias, otras culturas, otros mundos. Esa variedad de experiencias te hace único.

Los monos aprenden repitiendo. Y las dictaduras repiten esquemas machaconamente para evitar dejar espacio a otras experiencias: cierran fronteras físicas y mentales y repiten, repiten, repiten. La conciencia no es algo que exista o no exista igual que se apaga o enciende la luz. La conciencia tiene graduación y se puede medir. Tiene niveles. ¿Cómo? Tenemos una escala. Y al usarla sabemos que una bacteria tiene menos conciencia que un gato, que tiene menos conciencia que un primate, que tiene menos que un bebé, que tiene menos que un adulto.

¿Por qué varían los estados de conciencia? ¿Cómo se modifican? ¿Cómo ese pedazo de carne que es el cerebro consigue generar conciencia? Ni siquiera somos capaces de imaginar qué esperamos obtener al responder a esa pregunta: ¿una fórmula?, ¿una imagen? No sabemos. Ni idea. ¿Y si el cerebro no fuera capaz de pensarse a sí mismo? Un científico puede admitir eso como punto de partida, no como conclusión.

¿Qué espera ahora de la neurociencia? Necesitamos solución para el Alzheimer y las neurodegeneraciones. O la encontramos o el envejecimiento de Occidente arruinará nuestro Estado de bienestar.

Necesitamos también un cambio mental. Gracias a las redes sociales e Internet avanzamos hacia la noosfera, una gran conciencia universal en la que todos participaremos o comulgaremos, como anticipó Teilhard de Chardin. Pero veo infiernos por el camino. Me preocupa cómo la experiencia de estar siempre ante diferentes pantallas está modificando nuestro cerebro ergo nuestra conducta ergo nuestro cerebro.

Susan Greenfield, neurocientífica en Oxford, baronesa en la Cámara de los Lores.

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